Globalia
Marruecos

De Casablanca a Marrakech: un té a la menta frente al Atlántico

Antiguo avispero de piratas, Casablanca ha asimilado su historia en forma de arquitectura andalusí, art decó y modernista.

Cuando se conduce desde Casablanca hacia el sur por la costa, el paisaje marroquí va tomando un cuerpo agreste de piedra y arena. A un lado de la carretera, el océano forma una cinta de agua y espuma. Al otro, cabras semisalvajes se encaraman a los pocos árboles disponibles para ramonear un tentempié de hojas y tallos. Al final del camino aguarda la bulliciosa Marrakech, pero no tenemos prisa.

Km. 0: Casablanca

Tradición y glamur. La ciudad más cosmopolita de Marruecos tiene todo aquello que uno no llega a encajar entre las imágenes tópicas del país. Su Corniche Ain-Diab es un bulevar marítimo lleno de bares, terrazas y locales glamurosos que resume la esencia de la urbe y de sus habitantes: a la vez modernos y tradicionales. En su playa Paloma, lo mismo se encuentra un puñado de animados chiringuitos de pescado que, sobre un arrecife inmediato, la tumba del santón morabito Sidi Abderramán.

Restaurante du Port de Pêche. Pescado y marisco fresquísimo. Ambiente auténticamente casablanquino.

Pâtisserie Bennis Habous. Confitería tradicional. Atención a sus dulces de almendras llamados Cuernos de gacela.

Km. 89: Azemmour

Entre el río y el mar. Pueblo de pinturas y pintores. Desde las blancas azoteas, los artistas pintan a los pescadores que regresan de su faena, a los campesinos que venden sus frutas y verduras, a las mujeres que toman el sol apoyadas en las paredes de la muralla y a los hombres que beben té a la menta en algún cafetín. Todo resulta tan calmado y quieto en Azemmour que ningún paisano ni paisaje sale movido en óleos o acuarela alguna.

Restaurante-terraza de Riad Azama. Comida tradicional aceptable, aunque el mayor activo del sitio es la arquitectura y decoración del propio riad, del siglo XIX.

Km. 101: El Jadida

Al encuentro con el tiempo perdido. Su vieja ciudadela (la Ciudad Portuguesa) es un laberinto de calles en donde el tiempo se ha estancado, o quizá extraviado. Esta impresión también se puede tener incluso fuera de ese recinto, donde en cualquier café o pequeña pastelería (patisserie) es posible advertir ese tiempo ambulante que aquí no tiene idea ni intención de saber adónde se quiere dirigir.

Restaurante Tchikito. Lugar pequeño que basa su encanto en una especial manera de servir la fritura de pescado.

Cisterna. Sobrecogedor gran aljibe, construido en el siglo XVI. Aquí se rodaron algunas escenas de la película Otelo, de Orson Welles.

Km. 176: Oulidia

Viento y ostras. Quien disfrute el surf y, además, aprecie una buena ración de ostras, está en su parcela de paraíso. Aquí hay escuelas de ese deporte y granjas criadero de ese exquisito molusco.

Restaurante Ostrea II. Un verdadero santuario de degustación de ostras. Su terraza ofrece un panorama que casi supera el sabor de los propios moluscos.

Km. 243: Safí

Un barrio para la alfarería. En el exterior del pueblo, con el mar de fondo, rebaños de dromedarios caminan sobre la arena del litoral. Marchan a través de las mañanas de neblina y regresan cuando los atardeceres se encienden sobre los cantiles del cabo Beddouza. En el interior de la villa, a cualquier hora, los ceramistas de la colina de los Alfareros moldean jarrones, platos, tajines y cierta clase de cerámica blanca y azul.

Zoco de la Cerámica. Visual y colorista mercado de alfarería.

Restaurante Gégène. Cocina tanto marroquí como mediterránea. Sorprendente tajín de cordero.

Km. 370: Essaouira

Halcones de purpurina. Al amanecer, los halcones Eleonora van y vienen desde las murallas hasta las cercanas islas Purpurinas. Al mediodía, las coníferas sabinas moras no se dejan amedrentar por las dunas invasoras. Por las noches, las teteras se deslizan entre las mesas, espejos y divanes de los cafés nocturnos. En las calles confusas de Essaouira, uno llega satisfactoriamente hasta donde no pretendía ir.

Cooperativa femenina de aceite de argán. Aunque es comestible, este aceite es un excelente cosmético especialmente indicado para la piel.

Zoco de pescado. Toda la pesca procede de las capturas del día. Además, te lo pueden preparar en un puesto parrillero cercano.

Km. 613: El valle de Ourika

Las montañas del Atlas. De espaldas al océano y de cara a la cordillera del Alto Atlas, el camino hacia este valle es una de las tantas puertas de entrada al mundo bebeber. Su jardín bioaromático y sus siete cascadas –solo la primera de ellas es fácilmente accesible desde el sobrevisitado pueblo de Setti Fatma– son una toma de oxígeno y naturaleza necesaria antes de penetrar en el torbellino de Marrakech.

Km. 676: Marrakech

Mil oficios. Esta antigua ciudad imperial presenta muchas opciones. Si se da por supuesta la visita a la imprescindible medina y a la impagable plaza Jemaa el Fna, una elección posible consiste en un recorrido detallado por los gremios de la urbe. Son muchos y casi todos fácilmente visibles en desparramados zocos: tintoreros, laneros, cesteros, herreros, peleteros, textil, especias, cobre. Hasta hay uno específico de babuchas.

Café-restaurante Tiznit. Cuscús de pollo y tajín de cordero casi insuperables.

Dar Cherifa. Un café literario donde tomar un té en un sofá de su patio.

Air Europa te lleva hasta Casablanca dos veces por semana desde Madrid.

Antonio Picazo