De la misma manera que no hace falta ser arquitecto para apreciar la elaborada arquitectura de las calles de Praga, tampoco se exige fe en la existencia de entes sobrenaturales para valorar las leyendas. Hay quien puede acercarse por mera curiosidad, buscando posibles pruebas de la existencia de lo paranormal o hasta disfrutarlas como se hace con una película de miedo. Desde un punto de vista más académico, estas creencias se describen como respuestas a los miedos, anhelos y a la forma de ver el mundo de las gentes que las concibieron.
Si queremos disfrutar de la visita de una ciudad tan monumental, pero como unos pacíficos cazafantasmas aficionados, tendremos que empezar por el casco antiguo, la llamada Ciudad Vieja, reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad desde 1992. Desde la Plaza de la Ciudad Vieja podemos dirigir nuestros pasos hacia el cercano Barrio Judío (Josejov), con un museo que incluye la visita al cementerio antiguo. Allí, rodeados por un mar de lápidas, si no la hemos escuchado antes, nos contarán la leyenda del Gólem, uno de los iconos de la ciudad. Se trataba de un monstruo de arcilla, dotado de vida artificial, creado por el rabino Judah Loel Becalel (s. XVI-XVII). Su fuerza física y resistencia mitológicas le convertían en un ayudante y guardián casi perfecto, aunque no exento de riesgo. Criatura sin mente racional, cumplía las órdenes al pie de la letra y acabó sembrando el terror entre la población. Según el relato fue desmontado y sus restos esperan el regreso a la vida en algún rincón secreto de la Sinagoga Vieja-Nueva (Staronová).
Sin alejarnos mucho de la judería nuestros pasos nos llevarán a la calle Liliova, donde se ubicó el Convento de Santa Ana, del que hoy pervive su iglesia. Allí, si hacemos caso de la tradición, murió un caballero templario que renegó de su fe cristiana, cosa que no le ha permitido descansar en paz. Durante algunas noches se aparece a los caminantes, sin cabeza, a lomos de su caballo. Lo cierto es que por el día la vía es muy tranquila y la visita a la iglesia, con sus recuperadas pinturas góticas, merece la pena.
Poniendo rumbo hacia el este, muy cerca de la Iglesia de Týn, enteraremos en el Museo de la Tortura (Muzeum útrpného práva). Lleno de piezas auténticas y algunas réplicas, los maniquíes parecen tan reales que casi podremos escuchar sus quejidos. Uno de ellos, la “dama de hierro”, es una suerte de sarcófago lleno de pinchos que desangraba lentamente a sus víctimas. Los responsables del museo aseguran que perteneció a Erzébet Báthory, conocida como “la Condesa Sangrienta”, que colocaba a jóvenes hermosas en él para poder bañarse con su sangre.
Saliendo de la zona más antigua, cruzando el río en dirección oeste, tendremos la oportunidad de conocer otro rincón siniestro donde el Diablo estuvo presente. Se trata del Puente de Carlos (Karlův most), una obra del siglo XIV que, según la leyenda, necesitó de la ayuda sobrenatural para poder terminarse. El arquitecto, Peter Parle, angustiado por los constantes derrumbes de la estructura, pactó con el Diablo y le ofreció el alma de la primera persona que lo cruzase. Finalmente fue la esposa de Parle quien, engañada por Satanás, acabó por inaugurarlo convertida en un espectro que vaga por las cercanías desde entonces.