Globalia
Lisboa

Lisboa, turismo adentro

En La Baixa o el Chiado no hay un “Pessoa estuvo aquí”, porque el poeta estuvo en todas partes.

Somos turistas en nuestra propia tristeza. Despistados, torpes y mal vestidos; pasamos el índice sobre un mapa invisible. Buscando la felicidad hemos despreciado la hondura. Tanta agitación ha sepultado las pausas. Notificaciones en el móvil. Cientos de miles de canciones encerradas en un lugar minúsculo. Sitios donde ir a pasarlo bien. Pasarlo bien. Todo el rato. Las carcajadas se han impuesto al silencio. Nos conquistó el bullicio. “Sé feliz” es una condena muda. ¿Puede ser la tristeza un estímulo para el viajero?

Nos acoge Lisboa, nos reciben sus fantasmas. “Impuro y simple”, se definía Fernando Pessoa. El poeta de los muchos nombres. La felicidad no es carne para la literatura, para “esta angustia excesiva del espíritu por nada”. En sus versos arrastraba la saudade, que otro poeta, Manuel de Melo, definió como un “bien que se padece y un mal que se disfruta”. Lisboa es Pessoa y Pessoa es Lisboa. Hay simétrica melancolía. Sus calles, como venas de un cuerpo avejentado. En tiempos de júbilo obligado, de artificio y llenahoras, está bien celebrar la calma con confeti gris. Largos paseos. Bares que parecen abandonados. Lisboa es una fiesta interior, una elegía de la tristeza.

Llegamos a La Baixa Pombalina, un bautizo que recuerda al Marqués de Pombal, que reconstruyó su anatomía tras el terremoto sufrido en 1755. La Baixa es un refugio de grandes plazas, de bares donde beber solo. Nombres de calles que mantienen vivo el oficio que en ellas se hacía: Rua dos Sapateiros, Douradores… La Baixa “despierta entorpecida y el sol nace como con lentitud. Hay una alegría sosegada en el aire medio frío…”, como escribe en el ‘Libro del desasosiego’.

De La Baixa saltamos al Chiado. De barrio a barrio en un calmado paseo. Penitencia de lo que somos. En una de las mesas de A Brasileira contempla la quietud Pessoa. Seguimos caminando. Nos perdemos por la rua Serpa Pinto, la calzada Ferragial, la travesía Cotovelo… No hay ruta. No hay destino. No hay un “Pessoa estuvo aquí”, porque Pessoa estuvo en todas partes. Recorría la ciudad cada mañana, cuando las persianas aún estaban bajadas. En la soledad nubosa. Consigo mismo. Luego bebía aguardiente Aguila Real. Y volvía a cualquiera de las muchas casas que habitó. En sus ojos aprendimos una forma de ver el mundo. Frágil y liviana realidad de los comercios, de toda esa gente que va y viene sin quedarse en ningún sitio. Encerrados en una Lisboa quebrada.

Y llegar al fin al Campo de Ourique. Donde mueren los tranvías. Arrabal de calles rectas. Tomar la rua de Ferreira Borges. Elegir, bajos sus árboles, un café donde refugiarse. “Las cosas no tienen significación: tienen existencia. Las cosas son el único sentido oculto de las cosas”. Sencillez y silencio. Los jardines poco transitados de la melancolía. Lisboa es una llave para entrar en nosotros mismos. Huir del escenario. Del circo. Abandonarnos a un yo que se fragua en la soledad o el despecho. Ese turismo callado que es abrir un libro de poesía. Recordar quiénes somos. Dónde estamos. Qué mañana nos alumbrará el paso.


Air Europa ofrece a diario cuatro vuelos desde Madrid a Lisboa.

Antonio Agredano